Sentada, en su mecedora frente al mar, evoca esos hermosos años vividos, tantas cosas cruzan por su mente, pensamientos que van y vienen como las olas que golpean los espolones de un atardecer costero, el cielo se torna de un azul profundo, y el sol brillante, se ve como poco a poco se va ocultando en el infinito.
Allí, mirando el horizonte, Mariana se mece lentamente como si quisiera que el tiempo no pasara y da rienda suelta a sus recuerdos.
– Me da mucha nostalgia recordar, pero al mismo tiempo mi corazón se ensancha de una infinita alegría. Los atardeceres, ya estés triste o eufórico, llegan a nuestro interior, y despiertan nuestros sentimientos.
Mariana, acostumbraba a pensar en voz alta, como si estuviera hablando con alguien, ya se había acostumbrado a esa soledad, se veía siempre triste, siempre al son de los últimos latidos de un sol otoñal que se esconde pronto. Por eso, siempre hacía sus remembranzas, hablándole a ese mar que se encontraba frente a sus ojos. A sus 65 años aún conserva su lozanía, una piel blanca, tersa, aterciopelada, unos ojos color ámbar, una mirada profunda, capaz de penetrar el alma de quien la mira, y unas cuantas marcas que reflejan el paso de los años, ella sigue activa, inquieta a nivel intelectual, se siente bien, con mucha energía y con esa sabiduría que le ha regalado la vida.
Mariana, continúa sentada en su mecedora. Piensa en la época en que quería degustarse la vida y no le importaba nada, cuando solía hacer toda clase de locuras por amor, por diversión o simplemente por sentirse viva. A los 20 años se había casado, con un marino que había desembarcado en las costas del norte, un hombre mayor a quien le entregó su corazón, donde ella para su época era una mujer muy liberal, de mente muy abierta. Nunca se ajustó a los estándares de la sociedad por lo que aseguraba vivir en un tiempo que no era el de ella. Lleva la sangre costeña en sus venas, la alegría y todo el sabor alegre de su tierra, esto hizo que su matrimonio fracasara casi sin comenzar, y a partir de allí, su corazón, se volvió duro e impenetrable, por más que tuviera pretendientes haciéndole la corte, nadie, jamás, logró entrar en su corazón.
––¿Seño Mariana, no va a comprar pescado fresco esta mañana?
––No Gustavito, todavía tengo algo en la nevera, pero muestra pa ver si tienes camarones que quiero hacer ahora un rico ceviche.
En este puerto del Caribe Colombiano a diario hay muchos barcos que llegan y otros que se van. La misma imagen se repite todos los días a primera hora de la mañana. Junto a la estación marítima, los marinos se encuentran por fuera y los barcos son cargados para estar listos en el momento del zarpe. Ese día 1 de Abril de 1.965 de pronto, ve un marino que desembarca proveniente de las costas del este. Para Mariana, que piensa que el azar no existe, siente que la vida se lo esta poniendo de frente y que es el momento de su vida, su corazón le dice, que ese, es el hombre que ha nacido para ella y el solo hecho de cumplir con lo que parece estar escrito, la libera y la hace sentir muy bien, la llena de luz, y su rostro se ilumina de nuevo.
No tardaron mucho en hacerse amigos, y pronto comenzaron amores, Mariana se sentía feliz, La oruga se había convertido en mariposa y dentro de ese proceso de transformación extendió sus alas de colores, con este nuevo amor, nació una nueva esperanza de vida y ella se aferró a él, como quien descubre su tabla de salvación y le da el pase a la libertad.
La llegada de Salvador, como lo define su nombre, es precisamente para ella, eso, ¡Un Salvador! Por eso, no dudó en arrojarse a sus brazos para comenzar a vivir una nueva historia de vida.
Desde el inicio se dio una relación tan intensa como las aguas de ese mar azul rodeado de arena muy fina. Mariana se sentía enamorada, creía haber cogido el cielo con las manos, 6 meses de intensa felicidad, ella, estaba convencida que ese amor era para siempre. Ahora, su corazón comenzaba a latir con mas vida. Sin embargo, nada es eterno, y un día se enteró que el barco de nuevo zarpaba y que con él, se iba el hombre a quien tanto amaba.
––Salvador! ¿Como es eso que me dicen que te regresas en el barco? Tu me aseguraste te quedarías conmigo para siempre!.
––Mariana es cierto, zarpamos a la madrugada.
––No pensabas decírmelo, pretendías irte sin despedirte siquiera!
––No me atrevía a hacerlo, soy un hombre de mar, allí esta mi vida, mi alma, ¡mi esencia! y quedarme, sería morir poco a poco por dentro. Yo te amo, pero el mar es mi dueño y es allí donde pertenezco, nunca debí crearte falsas expectativas.
Mariana lloraba inconsolable, se le tiró encima y le daba puños por todas partes.
––Eres un imbécil, jamás debí creer en ti, por algo dicen que todo marino tiene un amor en cada puerto. Tu no podías ser la excepción de la regla, me mentiste, ¡te odio!
Mariana salió corriendo y se encerró en el que siempre fue su mundo. Un mutismo permanente, donde solo cabían ella y sus pensamientos. Así, pasaba los días, mirando por la ventana, esperando al que nunca volvería, mientras tanto, en su vientre, ¡se gestaba la vida! Ese regalo maravilloso que le había quedado de aquel amor intenso, pero ella no lograba sobreponerse a aquel abandono, ni siquiera pudo contarle que esperaba un hijo de él, su corazón estaba arrugado, marchito, seguía viva por inercia, y así pasó las noches y los días hasta la llegada de Juan Salvador, su hijo, Ese, que con su alumbramiento, le devolvió la vida que había perdido.
Juan Salvador, creció con unos deseos enormes de saber de su padre, y a toda costa quería conocerlo, llevaba en sus venas el mar, por eso, se aventuró a salir un día como marinero en uno de los tantos barcos que allí atracaban a diario, se convirtió en un hombre alto, bastante vigoroso para su edad, amante de la poesía y las mujeres bellas, no desperdiciaba momento alguno para dirigir un piropo a cualquier bella doncella que se le atravesara en el camino, tal vez, eso lo había heredado de su padre. La niñez de Juan Salvador, fue bastante difícil, su madre, lo levantó sola, en medio de la austeridad, no abundaba el dinero, y él, era un chico indomable, lo había heredado de su madre, como también heredó la terquedad de su padre, no quería que nadie lo mandara o le impusiera alguna regla, razón por la cual Mariana, lo educó bajo las más severas normas, esto hizo de Salvador un hombre de carácter fuerte, nostálgico y sensible. Amaba a su madre, pero así como era capaz de demostrar una gran dulzura, de pronto se convertía en un hombre duro, recio, sentía que le pertenecía al mundo. Por eso, un día decidió marcharse.
Ya se acerca la noche, Mariana, seguía sentada en su mecedora, buceando en sus recuerdos. Mar y cielo se funden en un mismo tono, recordar su vida, su niñez, al hombre que amó, pero que nunca tuvo, le habían sacado una que otra lagrima.
––Como se ha ido el tiempo, parece agua entre las manos, no hay nada que hacer, la nostalgia es inevitable, ese deseo de superar la finitud y la temporalidad, para revivir las instancias felices de la existencia y lograr eternizarlas.
Mariana, se paró de su silla y se dirigió a la cabaña, sintió sueño, a esa hora le gustaba leer un rato, y escuchar música de Benny More, o la sonora matancera en la Soledad de su hamaca, acompañada de de ese mar con el que todos los días se acuesta y se levanta, deseando divisar en el horizonte ese barco que un día partió y la dejó sumida en esa soledad profunda. Cuando entró en la cabaña, vio un hombre buen mozo que por la oscuridad no logró identificar, solo escuchó su voz suave, esa que todavía llevaba muy dentro de su alma.
––Mariana llevo rato observándote y sigues igual, estás tan linda como aquella tarde en que tuve que matar el amor que sentía por ti para irme tras lo que yo creía era mi felicidad. Pero tú, siempre fuiste mi estrella, y brillabas en mis sombras más que ninguna otra. Te debo mil explicaciones. Sé que no fui justo ni elegante contigo y te ofrezco disculpas por ello. Tú serías la última mujer del mundo a la que hubiera querido causarle el menor daño. Se que tuvimos un hijo, coincidimos en un puerto del oriente medio, un gran muchacho sin duda! pudimos compartir mucho y lo acompañé hasta que su enfermedad llegó a término.
––¿Como así? Nuestro hijo a muerto, con razón nunca volví a saber de él. Pensé que se había olvidado de mí, al igual que tú. Pero.. ¿que haces aquí?¿ para que has regresado después de tanto tiempo?
––Le prometí que te buscaría. He tenido días bastante tormentosos. Estoy en ese punto de inflexión donde por fin he comprendido que toda la vida he seguido el camino equivocado y no vale la pena volver a repetirlo a esta edad, a llegado la hora de enmendar los errores y darle al corazón lo que este quiere y necesita. Siento que ha llegado el momento de definir las cosas. De ordenar mis ideas y mis sentimientos, darle un rumbo más sosegado e independiente a mi vida. Dentro de ese contexto, coloco nuestro amor, aunque puede ser que ya no exista o me sigas odiando, sé que nunca es demasiado tarde, y que si tu quieres podemos hacernos compañía hasta el final de los días.
Mariana queda estupefacta, en shock como pudo buscó una silla para sentarse, no era capaz de reaccionar, estaba congelada, con sus manos araña la silla, y de sus ojos brotan lagrimas.
–– Por Dios! , han pasado mas de 30 años, y te apareces así como de la nada? No sabes cuanto he esperado este momento. Y ahora que te tengo en frente, no se que decir.
Quedó muda, las palabras no le salían de la boca, lloraba y lloraba de manera inconsolable. Salvador pensó que con el susto que le había causado a Mariana con su aparición tan abrupta le iba a terminar dando un infarto. Pero ella lo resistía todo, de pronto se paró, lo abrazó de tal manera como si con ese abrazo pretendiera fundirlo dentro de si, para que jamás, pudiera escaparse de su lado.
––Salvador! ¿Será posible esto? ¡No te he dejado de amar! ni te he dejado de pensar un solo segundo de mi vida. He pasado horas sentada frente al mar, esperando que algún día, a lo lejos, mis ojos pudieran divisar ese barco en el que te fuiste. Sé que tenemos mil cosas para contarnos, y muchos años para vivir. “Si dos personas están destinadas a estar juntas, aunque tropiecen mil veces, igual se encontrarán al final del camino”.
Mariana y Salvador se fundieron en un beso.