Día tras día, cada que comenzaba a amanecer y se veían las primeras luces que entraban por la ventana, se levantaba entusiasmada, pero hoy era uno de esos días especiales ya que en la tarde la llevarían a pasear donde sus tíos y eso le encantaba. Sentía el olor a hierba mojada, y podía escuchar el murmullo de los pájaros que le alegraban el alma, caía una llovizna menuda, pero no jamás se perdería de ir con su padre a ordeñar las vacas, eso la entusiasmaba mucho. Juan, la tomaba en sus brazos siempre protegido con esa gruesa ruana de lana para combatir el frío y con su sombrero en la cabeza para protegerse de la lluvia, y a pesar de que sus pasos se hundían y se resbalaban por lo empantanado que estaba el terreno, la cargaba y se sobreponía con fuerza para seguir avanzando pues el deber lo esperaba, y aunque el camino era abrupto, apresuraba sus pasos por esa tierra rojiza resbaladiza. Rosario lo amaba, se aferraba a su cuello con todas sus fuerzas y se despedía de su madre quien ya se encontraba preparando los tragos para los que madrugaban al trabajo.
––Hasta luego mamá, ahora nos vemos.
––Rosario, pórtate bien, no hagas rabiar a tu padre.
El olor del agua de panela recién hervida se esparcía por toda la finca en la mañana, y se mezclaba con el olor a bahareque y carbón con el que su madre cocinaba en el fogón de leña. Después de ayudar a su padre con el ordeño, le gustaba acompañarlo a recorrer los cafetales, debían inspeccionarlos a diario por que había mucha plaga. Estaban a finales de septiembre y se encontraban en plena cosecha, durante esta época el tiempo corre demasiado y se vive de prisa rodeados de recolectores y chapoleras que llegan de diferentes partes a ayudar a recoger la cosecha.
A Juan, le gustaba acercarse al beneficiadero a verificar el café, él mismo hacía la medición al lado de su pequeña Rosario, quien a sus escasos 7 años era toda una mujercita. Le gustaba tomar el café que ya estaba despulpado en sus manos, y ver como se le esparcía entre sus dedos, ese olor acre, característico del café en fermentación, la seducía por completo. Después, bordeando el medio día, regresaban a casa para el almuerzo.
––Papá ya casi llega la tarde, hoy vamos donde mis tíos, ya es la última semana de no ir a la escuela – eso le fascinaba a Rosario. Nada le daba más felicidad en el mundo que ir a su casa y abrazarlos. Allí pasaba varios días parecía que el tiempo se detenía, se sentía feliz, quería que esos días no terminaran nunca.
––Herminia, Gonzalo, ya llegamos.
apenas vieron a la niña la cargaron y la estrecharon entre sus brazos.
––Rosario estos días nos dedicaremos a ti en cuerpo y alma.
Rosario los amaba, se divertía mucho con los 10 primos que tenía allí, y aunque era una casita pobre, con el piso de tierra y carecían de todas las cosas a las que ella estaba acostumbrada se sentía dichosa, a lo lejos divisaba las brasas del fogón donde estaban haciendo la comida, posteriormente cenaron todos juntos, parecía un día de fiesta. Herminia sirvió jugo de guanábana, arroz, frijoles y un pedacito de chicharrón a cada uno, era un batallón de gente, por eso, había que hacer rendir lo que se tenía. A Herminia le había tocado una vida difícil, tenía muchas bocas que alimentar y su esposo ganaba muy poco, además que cada rato emprendía viajes para conseguir dinero y se demoraba meses para volver a aparecer quedando ella sola con toda la carga. Venía, le dejaba un hijo y volvía y se iba, la pobre Herminia quedaba sola para mantener 10 hijos. No era fácil, y menos en una situación precaria como la que vivían. Eso la había convertido en una mujer resentida y amargada, tenía que ir a emplearse en casas ajenas para poder llevar un pedazo de pan a su casa. Con la visita de Rosario el aire se llenaba de ilusión, todo era felicidad, parecía que la vida se detenía y por encima de las mezquindades y privaciones que la vida les había regalado, la niña les llenaba el corazón de dicha a todos. Ella era alegre, festiva, revoloteaba como las mariposas, jugaba con sus hermanos y era inmensamente feliz, tal vez les llevaba esa dulzura y llenaba ese ambiente sombrío con su encanto y alegría.
Caía la tarde y un rayo de luz atravesaba la ventana, comenzaban a aparecer las primeras estrellas en el firmamento y en el alma un refugio de paz que los envolvía a todos.
––Rosario, ya es hora que todos vamos a la cama.
––Pero Por qué, yo quiero seguir jugando con mis primos.
––Mañana y toda esta semana ya tendrás mucho tiempo para eso. Pero por ahora, hay que dormir.
Allí estuvo la última semana de vacaciones, cada que terminaban y tenía que regresar, su pecho se le estrujaba, no sabía por qué sentía ese dolor al despedirse, era un desprendimiento que le desgarraba el alma y aunque le daba alegría regresar a casa con sus padres, ese sentimiento se mezclaba con tener que dejar a sus tíos y primos a los que quería tanto, para luego tener que esperar de nuevo otro año en que podía regresar de nuevo y volver a verlos.
Rosario entró al colegio, allí la maestra tomaba lista hasta que llegaba a su nombre.
––Rosario Torres González y ella le corregía:
––Maestra, yo soy Rosario Restrepo González, Torres, no es mi apellido. Todos los días era la misma historia.
Angustiada, le preguntó a su abuela por quÉ en el colegio decían que ella tenía otro apellido. Su abuela se puso de pie, trató de componerse y ella, que siempre se le ocurría algo que decir, se quedó muda, no le salía palabra alguna.
––No hagas caso a esas tonterías mi niña, esa maestra no sabe nada, está equivocada. Tu apellido es Restrepo González. Rosario se quedaba tranquila con las palabras de su abuela.
Pero la historia se repetía y todos los días al tomar lista era la misma cosa. El año se terminó y Rosario pasó a segundo grado, ella creyó que ahí terminaba el calvario, con esa ab
surda maestra que siempre la llamaba con un apellido que no era el suyo. Pero ingresó a un nuevo curso y volvió la llamada a lista cuando otra vez
–– Rosario Torres González, la nombraba cada que llamaba a lista.
––Maestra, yo no sé, por qué aquí me dicen un apellido que no es el mío. A mí no me gusta eso. Rosario cada vez lo toleraba menos, le daba rabia, sentía impotencia, se molestaba, y más, cuando las compañeritas le decían
–– ¿Rosario tu por qué tienes varios apellidos? No tenía que responder y su corazón se llenaba de amargura.
Un día, su abuela la encontró llorando desconsolada
–– ¿Qué te pasa mi niña?
–– Abuela estoy aburrida, en ese colegio me siguen llamando con un apellido que no es el mío y yo pensé que al pasar de año y tener otra profesora eso terminaría.
Su abuela al verla tan triste y, cansada de la misma pregunta, creyó que era el momento de decirle la verdad.
–– Mira Rosario tus verdaderos padres son Herminia y Gonzalo a los que siempre has llamado tíos, por eso llevas el apellido real de tu padre, tal como aparece en el registro civil de bautizo y es por eso, que te llaman con tus apellidos reales. A la niña se le aguaron los ojos no podía dar fe a lo que estaba escuchando.
––Tus padres, cuando eras un bebe, les tocó llevarte para la casa de los que crees son tus padres, pero en realidad, son tus tíos. Muchas veces no sabían que iban a comer al día siguiente ni con que iban a pagar el arriendo de la casa, pensaron que, al dejarte allí, tu tendrías una vida mejor, sin tantas dificultades como las que ellos afrontaban en ese momento.
–– ¿Pero por qué nunca me dijeron que eran mis papas?
–– No lo sé mi amor, las cosas se fueron dando así, los días pasaron y nadie dijo nada.
–– A tu madre le dio muy duro, deambulaba por la casa sin reposo. Le partió el alma dejarte ir, lloraba sin consuelo fue muy doloroso para todos. Era difícil verla sobrellevar su vida, pero no podíamos hacer nada para aliviar esa situación. El sufrimiento la minaba, de eso éramos todos testigos, pero sabíamos que era por un corto tiempo y que pronto regresarías a casa.
–– Pero no fue así verdad? ¡Me dejaron allá para siempre! Su abuela le acariciaba las manos.
––Hijita, el tiempo pasó sin darnos cuenta y te veías tan feliz, además ¡lo tenías todo! ellos te adoran y tú, a ellos, ¿como podíamos arrancarte a las malas de allí?
La niña palideció, sus ojos almendrados perdieron el brillo, Lloraba desconsolada, las lágrimas le corrían por las mejillas.
–– Abuela, nadie, nadie, nadie, puede entender lo que siento.
––¡Cálmate! ¡cálmate! le decía su abuela
––¡Es que eso no puede ser cierto! Decía Rosario. Era como una mala jugada del destino que le producía una rabia que no podía contener, se encerró en un mutismo absoluto, apenas jugaba, apenas reía. No quiso volver a hablar, iba al colegio, pero imbuida en sus pensamientos. Sin embargo, a pesar de sus debilidades y de sentirse destrozada se cubrió de una coraza que le permitió seguir viviendo y jamás quiso volver a ver a sus tíos, si antes no la quisieron como su hija, ¡ahora menos! pues para ella estaban muertos. Fue la manera que encontró para liberar todo ese dolor que sentía. Jamás volvió a darles la cara pues para ella sus verdaderos padres eran Juan y Julia sus tíos.
Herminia y Gonzalo la noticia de que la niña se había enterado de la verdad los dejó sumidos en un marasmo emocional. Herminia se acomodó en el rústico banco del comedor, ni siquiera ese día soleado que se veía a través de la ventana lograba animar su corazón. Tenía una terrible angustia, un dolor de madre que solo ella podía sentir en ese momento, a pesar de que tenían 10 hijos le hacía falta la pequeña Rosario, tal vez la más alegre de todos, era como si les hubieran cerrado la puerta que la comunicaba con el mundo.
––Gonzalo que vamos a hacer, no podemos perder la niña del todo.
––Pidamos la custodia, somos sus verdaderos padres.
¡Nada les importaba más en ese momento que recuperarla! llevaron la situación al tribunal con el fin de recuperar la niña, Herminia, Rosario es feliz con sus tíos, pero no podemos renunciar a ella.
Presentaron la demanda al tribunal. Allí en el juzgado de niñez y adolescencia decidieron estudiar primero la posibilidad que los padres demandantes llegaran a un acuerdo con los tíos de la niña antes de continuar con el proceso legal y ambos fueron citados a audiencia conciliatoria.
Ese día la lluvia había refrescado el ambiente, para Herminia y Gonzalo la vida se les había dividido en un antes y un después y para Juan y Julia, el solo hecho de saber que perderían a su niña los mantenía atormentados.
¡Cómo era la vida! Cuando recibieron a Rosario todo estaba claro. Ellos se quedarían con la niña y ahora que ya estaba grande, querían arrebatárselas. ¡No lo iban a permitir! . Ellos se habían encargado de todo, desde su nacimiento. Ese amor desbordante que sentían por ella los iba a matar si llegaban a separarlos.
Se dio inicio a la audiencia conciliatoria, en el recinto solo se escuchó los martillazos que indicaban dar inicio a la audiencia y al señor juez emitiendo su discurso de apertura, cuando le pidió a Rosario subir al estrado para interrogarla y hacerle las preguntas , estalló en sollozos
––No me quiero ir de casa de mis padres. Juan y Julia son mis padres, no me los quiten por favor, no me los quiten. Sus ojos ámbar estaban desorbitados, lloraba y producía un sonido desgarrador, a tal punto que el juez tuvo que hacerla sacar por la Psicóloga que acompañaba esa mañana la sesión.
Herminia y Gonzalo se miraban, estaban quietos, casi ni respiraban al ver aquella escena que nunca imaginaron, el corazón les ardía en llamas y les devoraba las entrañas. No había nada que hacer, ni nada que decir, con el llanto y las palabras de Rosario ya había sido suficiente. ¡Habían perdido la niña!, ella ya no les pertenecía.
Paso al estrado Herminia y Gonzalo. Este, tomó la palabra:
––¿Qué sentido tiene que nos adjudiquen la custodia de la niña y seguir peleando por ella cuando su corazón no lo tenemos? Es obvio que para ella sus padres son Juan y Julia ¡Sin su amor, nada tiene sentido! Solo nos toca dejar que el tiempo pase, y se encargue de devolvernos a nuestra pequeña Rosario. Y que ella pueda algún día perdonarnos.