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Lo único que quedaba era una parrilla y la olla pequeña donde hervía el café.

––¿Dónde habrá quedado el inhalador? En semejante despelote. Ella, siempre lo llevaba consigo, jamás se desprendía de él, era el salvavidas que mantenía a mano cuando sentía que sus pulmones se contraían por que no recibían el aire.

Sentía mucha dificultad para respirar.  –– ¡Por Dios Esteban! ayuda a tu padre, deja de ser tan perezoso, va a llegar el carro del trasteo y todavía no vamos a estar listos.

–– Carolina, sirve un poco de café para ver si logro sentirme un poco mejor, creo que me ha vuelto el ataque de asma y no logro encontrar el bendito inhalador.

––¡Animo mamá!, deben ser los nervios porque nos vamos. Ya vera que todo va a salir bien, no se preocupe.

–– Cómo que no me preocupe, si ya son las 10:00 y ya está por llegar el camión. Siento que me silba el pecho y estoy agotada.  ¿Qué hubo pues del café?

––Tengo que hacerlo de nuevo mamá. Se secó, y ya hasta la olla se estaba quemando.

–– Si ves Esteban, tú no ayudas a nada. Ezequiel, búscame el inhalador que me va a tocar es irme para la clínica.

––Esteban, ayúdale a mi mamá con eso ¡por favor!

–– María, deja a los muchachos tranquilos, estas épocas son duras para todos, pero tenemos que mantener la calma. Todos estamos haciendo lo que podemos, ¡Carajo! Tampoco es el fin del mundo.

En la casa queda en el ambiente un silencio sepulcral, cada uno se concentra en empacar lo suyo como puede, con el dolor de tener que irse y dejar la casa que habían anhelado tener toda su vida y que ahora, después de tantas penurias y sacrificios, llevaban 6 meses habitando. María, no podía disimular su tristeza, esa angustia represada en su corazón, era el reflejo de su asma, ese desengaño que sentía, al tener que partir, la llenaba de angustia y malos presagios. Solo se llevaba consigo los recuerdos, la ilusión de haber sido dueña de su casa por unos cuantos meses. Todavía, recuerda cuando Ezequiel llegó emocionado y le dijo:

––Mujer, empaca todo, nos vamos a vivir a casa propia. Ya me salió el préstamo, ¡por fin! el sueño se nos cumplió.

No cabían de la dicha, Esteban y Carolina saltaban, todos se abrazaban. Era un hecho, ¡tenían casa propia!, y ahora, veían como todo se venía abajo y tenían que abandonarla.

Afuera, caía una llovizna que dejaba flotando un aire húmedo. María, se asomaba a la ventana y solo veía ese cielo encapotado que le ahondaba más su tristeza, le recordaba la época de su niñez donde no había luz y tenían que alumbrar con velas, pareciera que la lluvia no fuera a cesar nunca, ya, hasta se han comenzado a inundar las calles formando riachuelos que bajan con fuerza calle abajo.

––¡Hombre Esteban!, me duele ver a tu madre en ese estado. Yo nunca la había visto así. Anoche no más, veía como las lágrimas corrían por su mejilla, me partía el alma, se, que es muy duro para ella tener que dejar esta casa. Me siento impotente, culpable. A Esteban se le aguaron los ojos, tragó saliva y contuvo ese dolor que también a él le atravesaba el

corazón como una puñalada. Tenía que ser fuerte, si no era él, quien más. Los dos, se quedaron tristes y mudos.

El olor a café recién hecho se esparcía por toda la casa.

–– ¡Carolina no vuelvas a dejar quemar el café!, se siente que ya a hervido nuevamente. Tráeme la taza que me llevas sirviendo hace rato.

–– Aquí esta mamá, bien caliente como te gusta y fuerte, para que te caliente el pecho.

–– Mujer, no tomes café tan fuerte, eso te pone más tensa y después no logras conciliar el sueño.

––¡Hay Ezequiel, por Dios! no me vas a cohibir el único vicio que tengo en la vida. Ya casi a escampado del todo, pronto llegará el camión, ahora si es una realidad. Tenemos que dejar la casa.

María se quedaba imbuida en sus pensamientos, bebía sorbo a sorbo su taza de café como queriendo detener el tiempo, Tantos sacrificios que habían hecho para conseguir la casa, tantas ilusiones que se habían forjado, la tenían tan linda, parecía una tacita de plata. Era pequeñita, pero la había decorado con tanto amor, que se veía como un pedacito de cielo. Del balcón, colgaban varias flores, lindos lirios, crisantemos, que hacían juego con el color de la casa, frondosas begonias, geranios y claveles. Habían pintado la fachada amarilla para que las flores resaltaran más. Además, de amarillo tenían pintada el alma. Sus rostros resplandecían e iluminaban el barrio cada mañana cuando salían al granero de la esquina a comprar el pan y la leche. Sus vecinos los adoraban, veían que eran gente de bien, que con su llegada al barrio solo habían traído armonía, unión y paz. Era gente muy sociable, que se interesaba por que el barrio mejorara.

María, era una líder innata, ya había formado un concejo comunal en el barrio con el que pretendía hacer mejoras, y, velar por las necesidades de todos. Ella, pensaba que así debía ser en una comunidad, habitada por gente que se ayudaba y se unía para vivir mejor.

María, sentía la boca seca, un poco entumecida, y las goteras de sudor le resbalaban por su cara, sintió miedo.  Se sentó, tomo aire como pudo, el pecho nada que se le destapaba, estaba muy agobiada, pero no le quedaba más remedio que aceptar esta nueva realidad que le presentaba la vida.

–– Carolina, tengo que encontrar el inhalador, sino mi pecho se va a reventar. Dile a Esteban, que, si es necesario, desempaque esas cajas, no vaya a ser que me lo hubieran metido allí donde van las cosas delicadas.

––Claro mamá, recuéstate un rato mientras llega el carro, no haga nada, estás muy pálida y sudando frío. Voy a buscarte un saquito para que te lo pongas. Aquí está tu inhalador, ¡papá lo acaba de encontrar! estaba detrás de la estufa donde estábamos haciendo el café.

––¡Gracias a Dios! le contesta María.

Se hecho 2, 3 o tal vez 4 pufs, quería tragarse bocanadas enteras, con tal de sentir que sus pulmones volvían a respirar. Sintió un alivio enorme, definitivamente el berodual era su salvación, tenía que mantenerlo consigo como fuera. No podía perderlo de vista, pero le comenzó el temblor que este tipo de medicina puede dar, así, que se recostó en la silla, esperando que el efecto le pasara para seguir de nuevo empacando lo último que les faltaba.

––Carolina, hay que sacar fuerzas, tenemos que asumir nuestra nueva vida, ¿que vamos a hacer de aquí en adelante?, ¿cómo vamos a sobrevivir?, ni siquiera sabemos cómo vamos a pagar el arriendo de la nueva casa. ¿De dónde vamos a sacar plata?

––Mamá, no te mortifiques más. Esteban y yo tendremos que trabajar, saldremos adelante, ya verás. Aquí, nadie se va a morir de hambre, algo haremos.  Caminó hasta la estufa y encendió una vela a la Santa Laura Montoya, sabía que jamás los desampararía y que de su mano volverían a ver la luz al final del túnel.

Ezequiel seguía callado, no podía creer lo que estaban viviendo, había pasado más de 1 año buscando la casita de sus sueños, y ahora que por fin la tenía, se le escapaba como el agua entre los dedos. Creía que era una pesadilla y que pronto despertaría para volver a esa realidad que lo hacía tan feliz.

¿Cómo era posible que después de estar viviendo en la casa, haber conseguido la plata para la cuota inicial, cerrar el negocio que a toda costa parecía que no iba a salir, ahora tuvieran que desocupar? El mismo dueño de la casa les había pedido que se mudaran ya que todos los trámites estaban listos, y el banco le había asegurado que un mes le entregaría la plata. Pero nada resultó como lo esperaban.

Ezequiel, todavía recuerda cuando colgó el primer cuadro y sintió ese alivio en el alma, ya nadie lo recriminaría, de aquí en adelante, podía hacer lo que quisiera, porque era su casa! Ahora, todo se derrumbaba, estaban como al principio, ¡se tenían que ir!, salir corriendo, se sentían como perros tirados a la calle. El banco después de haber aprobado el préstamo, y, haber entregado las cuotas que pagaría cada mes, les decía que ya no le podían prestar, se había presentado un problema al momento de hacerle el desembolso, porque él, copaba su capacidad de endeudamiento, ya que aparecía con un crédito que en el momento de solicitar el préstamo no le figuraba.

Ezequiel, había prestado su nombre para que un hermano suyo sacara una moto con la que iba a trabajar de mensajero, pero nunca pensó que esto llegara a afectarlo, el que estaba pagando las cuotas era su hermano, no él, pero a el banco esto no le interesaba, figuraba a su nombre y punto. Esto hacía que colmara su capacidad de pago, en consecuencia, el préstamo le había sido negado.

––María quería matarlo.

––¡Ezequiel, por Dios! Como se te ocurrió a ti, hacer algo semejante.

–– Mujer, que iba a saber yo que no podía hacer eso, yo no soy el que lo pago, lo paga mi hermano.

––Sí, Pero tú eres el que figura con la deuda. No puedes ser más huevón. Todo se les venía abajo. El dueño no daba más espera, ya había sido muy diligente con ellos, había aguantado mucho. Ahora existía una orden perentoria, el banco les desembolsaba la plata o les hacía desalojo. No había de otra, tenían que desocupar y volver a pagar arriendo.

El carro de acarreos llegó, comenzaron a subir todo, a cada uno se le iba despedazando el corazón a medida que lo hacían. No quisieron molestar a María, querían que descansara un ratico, había estado tan tensa, que ese sueño lo necesitaba. De pronto, timbró el teléfono. Esteban descolgó la bocina. Carolina vio que Esteban palidecía.

–– ¿Que te pasa Esteban por qué estás así? Mujer, ve y levanta a mi mamá, dile que ¡todo está arreglado! llaman para avisar que el banco acaba de hacer el desembolso. Parece que Don Héctor el del granero, fue, y pago la deuda de la moto con su tarjeta de crédito y a mi papá se le liberó el cupo, por eso hicieron el desembolso.

– ¡Dios mío no lo puedo creer! ¡Esto es un milagro de nuestra adorada Santa Madre Laura!

––¡Mamá! ¡mamá! todo está arreglado despierta ¡despierta ¡no tenemos que desocupar, mira hasta a escampado, comienzan a verse los primeros rayos de sol. – Papá ¡que felicidad! ahora sí, tenemos casa propia, exclamaba Esteban.

María, seguía en su sueño profundo, su cara tenía una placidez nunca vista y su rostro una leve sonrisa. Esteban y Carolina la empujaba para que despertara, pero todo era en vano. María descansaba en la paz del señor, con la placidez de un niño. ¡Había hecho el primer milagro!

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