Ana, de pronto sintió una paz infinita. Un remolino la llevaba por una densa niebla, lo raro era, que no quería salir de allí y no hizo el mínimo esfuerzo por lograrlo. De pronto, apareció junto a ella una bella mujer, no era joven, y aunque en su rostro se veía el trasegar de los años, tampoco se notaba vieja. Era raro, la edad era como si no existiera, y como si tampoco existiera el tiempo. Todo quedaba suspendido entre la nada. Ana, se dio cuenta que esa mujer, era su abuela Ana Isabel, y le tomó su mano, quería decirle tantas cosas, ella había muerto cuando solo tenía 4 años, la llamaba su perla, le transmitía paz, serenidad, se sentía densa como si flotara, pero era consciente de que caminaba, era un estado extraño, que se le hacía especialmente difícil describirlo.
––Que linda estas Ana, eres toda una mujer y muy bella, por cierto. Te lucen esas pecas y ese cabello rizado.
––Abuela, ¿dónde estoy? ¿por qué estás aquí conmigo? Tenía tantas ganas de abrazarte y decirte lo mucho que te quiero y lo difícil que fue para mí tu partida, yo era tan solo una niña, pero el dolor que sentí fue inmenso. Tu trenza sigue igual, larga y bella, solo que tu pelo ya no está pintado de canas.
––Ana, soy la misma que tu conociste y lo seguiré siendo por toda la eternidad, a tu lado he estado toda la vida, tu no me ves, pero ahí estoy, siempre junto a ti. Ana, camina unos pasos más, y, de repente ve a su madre.
––¡Dios mío es mi madre! Ana está muy emocionada. ¿Qué es todo esto? Se pregunta, y corre a sus brazos para darle un abrazo, ese que le estaba debiendo desde su partida, Ana no quería soltarla. Su madre sonrió.
––Mi niña, la abraza con la misma dulzura que siempre solía hacerlo y le dice:
––En este lugar no existe la tristeza, ni los sentimientos, es un estado de plenitud tal, que no hay lugar para las emociones.
Ana despertó, saltó de la cama como pudo, hacía un día gris, su cuarto estaba desordenado y su ropa esparcida por el piso, el televisor encendido, presentaba las noticias de la mañana. Le pareció extraño haberse quedado dormida en medio de tanto ruido, cuando a ella le gustaba el silencio. Apagó el televisor, se sentía aturdida sabía que tenía que ir a trabajar.
Estaba asustada ante aquella experiencia tan real que había tenido.
–– ¡Dios mío! Era solo un sueño, pero pareciera que realmente lo hubiera vivido.
Tomó una ducha fría a pesar de que siempre le gustaba caliente, quería que su piel sintiera correr el agua y le helara los huesos, necesitaba despertar de aquel trance que había tenido, quería pasar mucho rato bajo la ducha, ese era uno de sus grandes placeres, sentía que le quitaba el estrés diario y la tristeza, para dejar su mente en blanco, al natural. Salió de la ducha, se secó con la toalla, puso crema en todo su cuerpo, le gustaba la fragancia que se impregnaba en su piel, era un olor a eucalipto fresco y menta helada. De pronto sintió que alguien entraba en su cuarto. Al entrar de nuevo en su habitación, vio a su madre que le dejaba una taza de café recién hecha. Quedó atónita.
––¡Madre! ¿qué haces aquí?
––¿Pensé que querías una taza de café?
Ana se desplomó. Pasaron segundos, minutos horas y ella no reaccionaba. Cuando por fin abrió los ojos, vio que estaba completamente sola. Pero lo que había sucedido estaba muy claro, lo tenía en su mente. Ana no entendía nada, estaba confundida, miró el reloj y vio que llegaría tarde a su trabajo, aún no se había vestido, miró en su mesa de noche el café recién servido, era obvio que alguien lo había dejado allí, bueno, su madre lo había servido, estaba absorta, se vistió como pudo, tomo las llaves de su auto, salió al ascensor, bajo al sótano, se montó en el carro y comenzó a conducir, estaba como ida, no era consciente de lo que hacía ni a donde se dirigía. Cuando llegó al estacionamiento, todo estaba cerrado. Se detuvo y miró la fecha,
—¡Mierda hoy es domingo!, ¡que locura! como me puede pasar esto a mí. ¿Será que me estoy enloqueciendo?
Volvió a encender el auto y se regresó a casa. El camino se le hacía largo, una carretera que parecía no tenía fin, no había edificaciones alrededor, solo flores y paisajes maravillosos. Sin saber cómo, llegó al estacionamiento, era claro que su coche se conducía por inercia y la llevaba al lugar exacto, se sentía desesperada. Subió las escaleras saludo al portero del edificio, y siguió, ni siquiera esperó que este le respondiera. Llegó a su casa y se tumbó en su cama. De nuevo se vio rodeada de su abuela, su madre, el tío que tanto había amado y que fue en vida como su padre.
––Tío Ye, ¡que es lo que pasa no entiendo nada! Me estoy volviendo loca.
––Ana, no te asustes ¡estás en la nada! Pero nosotros estamos contigo para acompañarte en el trance entre la vida y la otra vida.
––Somos tus ángeles, siempre hemos caminado a tu lado de tu mano, tu no nos ves, pero ahí estamos. Ahora tienes el poder de vernos y lo tendrás, mientras te encuentres en este estado de inconsciencia profunda.
Ana, se levantó, ella sabía que no era un sueño por que no estaba dormida, era un estado de su mente, pero tan real como la vida misma. Tomó el teléfono y llamo a su novio, se sentía sola y tenía temor, por eso pensó que lo mejor era buscar compañía. Al otro lado Sebastián descolgó la bocina y ella le hablaba, le suplicaba que corriera a su lado, pero este no le respondía.
––¡Aló! ¡Aló! Quien está ahí, ¿Ana eres Tu? ¿Me estas marcando de tu teléfono?
Pero Ana le hablaba y le hablaba y Sebastián parecía no escucharle nada. Se dirigió a la cocina, sacó un vaso de agua helada, buscó en su bolso una pastilla para los nervios, se la tomó y pronto se quedó dormida. El sueño continuó. Su madre le decía:
––Es el momento que me digas lo que siempre quisiste y no alcanzaste a decirme por el abrupto desprendimiento que tuvimos. Las cosas pasaron tan rápido que me fui dejándote sola sin estar preparada para ello.
––Estaba tan niña cuando te fuiste, fue como si me lanzaran a una piscina sin saber nadar, ¡era tan débil!, no sabía valerme por mi misma, quedé sin piso, pensé que me moría, ¡fue un dolor desgarrador¡, ¡tanto!, que me tocó arrancarte para poder continuar el camino, y renacer como el ave fénix. Juré que sería igual, o mejor que tú, porque siempre admiré tu valentía, por la mujer que eras y por tu capacidad de amar sin medida. No estaba preparada, aunque uno nunca se prepara para la muerte y menos para dejar ir a un ser querido, todo me tomó por sorpresa, así, ¡tan de repente! Ahora ha pasado el tiempo, me tocó seguir sin ti, pero te cumplí madre, he escalado la más alta, de las altas montañas, para parecerme a ti, a la mujer valiente y guerrera que fuiste. En ese momento fue, como si hubieran desmembrado una parte de mí, fue todo tan difícil, lloré y lloré sin consuelo, llegaba la noche y creía que con ella yo también me iba, un miedo intenso, un terror que me producía ataque de pánico, ¡era tan raro! te extrañaba, quería estar contigo, pero me daba miedo morir, ¡quería seguir viva, aunque no sabía para que! pues la vida sin ti, no tenía sentido. El tiempo ha pasado y ha ido curando mi herida, pero sigues ahí, en mí, ¡Te amo mamá!
De pronto a su lado estaba su adorado ye.
—Yeyito, mi amor eterno, sigues gordito y bonachón, ahí, sentí que el miedo había desaparecido y que me sentía a gusto teniéndolos a todos. Esa paz infinita, ese estado de éxtasis, una sensación de intimidad y de alegría absoluta.
A Ana, los efectos de la anestesia poco a poco le fueron pasando y fue regresando de ese mas allá en el que se encontraba, cuando abrió los ojos, miraba a su alrededor y veía la habitación llena de flores. Podía oler ese aroma a almizcle y frutas, respiraba profundo para impregnarse de él. Todo tan blanco, tan limpio, el sol se colaba por la ventana, unos rayos que le invadían su cuerpo y la invitaban a salir corriendo de esa cama, porque la vida estaba ahí, esperándola. Vio esos ojos verdes almendrados que la miraban fijamente, ella le sonrió, se sentía feliz de estar allí, Sebastián la abrazo.
––Bienvenida amor, creí que te perdía, que no volverías jamás de ese estado en el que estabas, pero aquí te he estado esperando. A partir de ahora seremos un solo ser, tan pronto regreses a casa nos casaremos. ¡Jamás me separaré de ti!
Ana, lo miró fijamente, y pudo ver en sus ojos, todo ese amor que había experimentado en su madre, su abuela y su tío, sabía perfectamente que seguían allí, y ahí, estarían por siempre, hasta que algún día tuvieran que regresar por ella definitivamente. Mientras tanto, le sonrió a Sebastián y le dijo:
––por supuesto, amor, la vida nos espera!!