Sentada frente al mar evocaba esos hermosos años vividos, tantas cosas cruzaban por su mente, iban y venían como las olas que golpean los espolones de ese atardecer costero, el cielo de un azul profundo, y el sol brillante ocultándose en el infinito.
Isabel a sus 87 años aún conserva su lozanía, una piel blanca, tersa, aterciopelada, unos ojos color ámbar, mirada profunda, capaz de penetrar el alma de quien la mira, pelo blanco, y unas cuantas marcas que reflejan el paso de los años. Allí sentada seguía tejiendo su historia, como quien quiere prolongar su existencia. Si, prolongar su existencia. Isabel quería ser inmortal. El solo hecho de pensar que algún día terminaría su vida, le provocaba pánico, por eso divisaba el mar, veía como las olas iban y venían, allí no había final, miraba hacia el infinito y quería ser como ese mar que al juntarse con el cielo se fundían en uno
solo y perpetuaba la existencia. Allí, mirando el horizonte Isabel daba rienda suelta a sus recuerdos, y hacía una introspección de sus vivencias.
–– Da mucha nostalgia recordar, pero al mismo tiempo el corazón se ensancha de una infinita alegría, por eso me empeño en vivir y degustar sorbo a sorbo mi existencia. He vivido como he querido y a mi manera, doy gracias a la vida y a ese ser supremo, por que viví, y ahora me doy el lujo, de mirar atrás sin remordimientos y alimentar estos años de mi vida con todos esos recuerdos que atesoro en mi memoria como lo más sagrado. Me llegan muchas imágenes de cuando era niña y corría por los jardines de aquella casona, revoloteando cual mariposa buscando en mi alma los colores del arco iris. Su madre siempre le decía.
–– “Isabel chiquilla no corras que te caes y te golpeas”, la quería tener en todo momento a su lado, era imprescindible para ella, su aliento la alimentaba y le permitía seguir con vida, no existía en el mundo nada que lograra iluminar sus días opacos, sin brillo, llenos de ausencia, de dolor profundo, y de una inmensa amargura que se colaba por cada poro. Solo Isabel le daba ese aire que le permitía seguir viva aun estando muerta por dentro. Ahora después de tantos años ese recuerdo de su madre la perseguía.
Isabel, allí sentada mientras divisaba el mar le escribía a ese, que había sido su eterno amor, una carta, para expresarle lo que nunca por cobardía le dijo, no quería que su vida se extinguiera y llegara el final de sus días sin permitirse expresarle así fuera por carta su sentimiento más profundo.
––Hola Amor, perdona que te llame así pero no tengo otra manera mejor de expresar cuánto sigues y seguirás significando para mí y cuánto significó el largo periplo que anduvimos juntos y que nos llevó a tantos lugares distantes y extraños que fueron testigos de muchos momentos felices de dos personas que estaban hambrientas de amor, se encontraron y vivieron unos años bellos que ambos recordarán toda su vida.
Me conecto inmediatamente con todo eso que te acabo de decir: con todo lo lindo que ambos nos dimos y que como bien lo dices, será -ya lo es- lo que pese más, cuando cada uno de nosotros se ponga a hacer el inventario de su corazón.
Ahí, tú reinarás por siempre, te bendeciré y desearé lo mejor para ti en tu camino, estaré agradecida por haber tenido la fortuna de conocerte, enamorarme, amarte y darte lo mejor y desdichadamente, también lo peor de mí.
Gracias otra vez, solo deseo que puedas perdonarme, lo hice porque no quería causarte dolor. Tu sabes que tenía que hacerlo y no me quedaba otra salida estaba la niña de por medio.
Siempre estarás en mi, tú y todo lo que te rodea, para mí quedará ligado de por vida a tu recuerdo, a tus besos y regaños, a la manera intensa y sincera a corazón abierto como me amaste, a tanta música que escuchamos y bailamos juntos, a tanta película que nos puso a temblar de miedo y algunas veces a llorar como chiquillos y a tantos encuentros, de dos almas desnudas que dependían la una de la otra.
Gracias, Rafael, usted es una calidad, te lo digo con la gratitud que me sale de lo más profundo y me hace derramar unas lágrimas mientras te escribo.
Esa es la vida, pero te juro que lo que me quedó de ti, lo que es y será tu herencia en mi alma es que eres un tremendo ser humano, un lindo ser, celoso y tierno y en todo momento, inteligente y sincero. Perfecto para acompañarte en los momentos de vino y baile y también en los tristes, cuando tienes el alma arrugada y estás enferma y apagada.
En una palabra: adorable (cuántas veces no te dije y cuántas no me callé, que te conocí demasiado tarde, cuando ya la vida y el amor me habían golpeado demasiado).
Con miles de besos atrasados y con el amor más leal, más agradecido y más tierno, se despide el ser que más te ama hasta donde me alcance la vida, porque sé, sabrás entenderme y perdonarme.
Isabel cerró el sobre y se quedó pensativa sabía que allí había plasmado el secreto más guardado en su vida. Las palabras nunca dichas, un amor que la mantuvo viva, que la hizo vibrar de pasión, que puso su vida en una montaña rusa pero que tuvo que matar por que definitivamente no había espacio para dos. Continuó mirando el horizonte, su mirada se perdía en ese inmenso mar con las olas besándole los pies, se sentía liberada, no sabía si esa carta llegaría a las manos de Rafael, pero ahí estaba, la tenía entre sus manos escrita con la tinta de su alma. La tarde ya caía, solo se reflejaba el ocaso en el horizonte.